«El ser humano debe permanecer en contacto con la naturaleza a lo largo de toda su vida para poder mantener una buena salud mental» (Levinson, 1969)
A todos los que nos gustan los animales hemos fantaseado en alguna ocasión con tener una mascota en nuestra casa, con la que poder jugar, pasear o compartir aventuras. Ahora, padres de familia, la pregunta nos la hacen ellos. “¿Por favor, podemos tener un perro?”. Aquí es cuando comienzan las dudas y las opiniones de todos los estilos: “piénsatelo, que no es un juguete para dos días”; “venga, anímate, que luego vais a estar todos encantados”; “espera que crezcan un poco más, que ahora son muy pequeños”,…Qué momento elegir para la llegada de una mascota a casa es una cuestión importante. Pero me gustaría comenzar por todo lo que puede aportar en el desarrollo afectivo del niño el contacto con animales.
El primero en usar el término biofilia fue Erich Fromm, quien lo definió como la pasión por todo lo viviente, es una pasión y no un producto lógico, no está en el «Yo» sino que es parte de la personalidad; aunque fue E. Wilson quien lo elaboró con más detalle, sosteniendo que los animales están entre los primeros conceptos que adquieren los niños, con una predisposición innata a estar en armonía con el mundo natural y con los animales que viven en él, por lo que la atención del niño tiende a dirigirse hacia los seres vivos de su entorno.
Los bebés tienen la capacidad desde el momento en que nacen de crear vínculos afectivos con aquello que tienen a su alrededor y les proporciona bienestar. Ya sean personas, objetos o animales. De esta manera, el contacto con ellos permite al niño establecer lazos afectivos sanos, profundos e incondicionales, aprendiendo a identificar y diferenciar emociones. Cuando los niños crecen con una mascota, los primeros conceptos que aprenden respecto al vínculo que se establece con ese miembro de la familia es cuidar, proteger, jugar o alimentar.
Los animales no juzgan, ni exigen determinadas condiciones; por eso el niño se siente aceptado tal y como es. La interacción niño – animal de alguna manera revive la relación que los padres tienen con sus hijos: cuidado, protección, cariño. Resulta interesante observar cómo el niño reacciona cuando el animal hace algo mal, ya que en este “juego” es el niño el que pone las normas, imitando de alguna manera el papel que sus padres tienen con él.
Así mismo les permiten promover habilidades emocionales desde pequeños, ya que van a ir descubriendo cómo los animales también tienen necesidades y de este modo entender cómo influyen nuestras conductas y emociones en los demás; potenciando la empatía y evitando conductas violentas hacia personas y animales. Si un niño ha sido testigo de maltrato animal por parte de una figura parental, es muy probable que acabe imitando esa conducta e incluso puede ser un indicador de maltrato futuro a personas o animales.
Hay estudios que subrayan los valores de responsabilidad que los animales de compañía transmiten a los pequeños e incluso hablan de que el 50% de los niños asocia al perro o gato con un “compañero de actividades y juegos” y ocho de cada diez niños de entre nueve y doce años prefieren jugar con su mascota antes que con videojuegos.
Las mascotas, como decíamos antes, nos permiten hablar de emociones (también las negativas), ante la muerte del animal. Es importante evitar sustituir a un animal por otro (se le ha muerto un pájaro que tenía y buscamos otro igual para no darle el disgusto). Bueno, quizá hay que dárselo. Si no, lo que estamos haciendo es evitar situaciones que al final va a tener que resolver más adelante. No es cuestión de buscar disgustos, sino abordarlo como una oportunidad de aprender a gestionar situaciones delicadas.
¿Qué responsabilidades puede asumir un niño con su mascota? Una idea es adaptar las responsabilidades de los niños en función de su edad o, si hay hermanos de distintas edades, distribuir las tareas.
En cualquier caso, es un aspecto a aclarar convenientemente ya que, aunque el niño no se ocupe, en la mayoría de los casos el animal ya no va a salir de casa y le va a atender el adulto o adultos de la familia. Por eso puede ser interesante comenzar por un pez o una tortuga, ya que el cuidado es menor y los más pequeños se habitúan a una responsabilidad, como el cambio de agua o darles de comer. De este modo podremos tantear si el niño va a ser responsable con esa mascota, si se va a comprometer,…
Otra duda que nos planteamos es, ¿a partir de qué edad? La escuela Montessori, inspirada en las ideas de esta pedagoga del siglo XX, creó una tabla donde se puede ver qué puede hacer un niño a cada edad, para adquirir ciertas destrezas:
Así, un niño de 5 años se puede ocupar de su mascota dentro del hogar: darle de comer o llenar el recipiente del agua, pero no pasearle sólo. Es decir, podemos ir adaptando las tareas en función de la edad, para que vayan adquiriendo ciertas responsabilidades.
Quisiera terminar con una frase que invita a reflexionar de Sigmud Freud: Los perros aman a sus amigos y muerden a sus enemigos, casi al contrario que las personas; quienes tienden a mezclar amor y odio.
Planificad su entrada y… ¡disfrutad del nuevo miembro de la familia!
Rosana Gallegos Pascual, Psicóloga Infantil y juvenil de DcienciaSalud