Una vez que hemos procesado nosotros como adultos la noticia, no debemos dejar de lado a los hijos (sobre todo cuando son pequeños) por pensar que es mejor que desconozcan lo que nos pasa o por pensar que los estamos protegiendo para que no sufran. Pensar esto es un error, pues nuestros hijos no esperan que les ocultemos este tipo de noticias, al contrario, desean saber y formar parte activa en este proceso.
Antes de hablar con ellos sobre el asunto, debemos tener en cuenta algunas cuestiones para que su reacción no nos pille del todo por sorpresa.
A pesar de lo difícil que nos pueda parecer, debemos responder siempre una vez que conozcan la enfermedad. El hecho de informarles no es algo que empiece y acabe ahí, si no que se abre una nueva etapa de comunicación en la familia que debe estar disponible siempre para aclarar sus dudas. Lo más adecuado es ajustar nuestro lenguaje a su desarrollo. No podemos enfrascarnos en términos muy densos pues no van a entender el mensaje y aumentaremos su incertidumbre. Lo que transmitamos se debe ajustar también a la información que tenemos sobre la enfermedad en ese momento, evitando así generar más angustia en nuestros hijos. Sí podemos, por ejemplo, decirles las cosas que pueden ocurrir durante el tratamiento, como que mamá o papá no siempre se encontrarán con la misma energía, o que tendrán días mejores o peores. Pero que esos cambios, así como la enfermedad, no tiene nada que ver con cómo se hayan portado, por algo que hayan dicho o hecho. La mayoría de los niños cuando reciben este tipo de noticias suelen pensar que es por su culpa, ya que nos encontramos, sobre todo si es antes de los 6 años, en su etapa egocéntrica y por ello la tendencia va a ser la de pensar que lo han provocado ellos. Este egocentrismo también puede hacer que lo primero que pregunten es si van a ir al cine el sábado como les habían dicho. No debemos entender esto como que no les importe, ni mucho menos. Pero para ellos es importante saber si esas rutinas se podrán seguir haciendo. En este caso les podemos decir que claro que si, iréis al cine como habíais hablado. Si por salud esto no fuera posible, les podemos proponer ir otro día que estéis mejor o que vayan con algún familiar. No se debe dejar de lado el bienestar durante ese proceso. Así pues, cuando no se pueda, debemos delegar en familiares, sin sentirnos culpables como padres, y descansar.
Pero esta no es la única reacción que pueden tener los hijos, como digo dependerá de la edad que tengan y por supuesto de su forma de afrontar este tipo de noticias. Puede que se pongan a llorar, y haya síntomas depresivos claros, o bien puede que comiencen a portarse peor, tanto en casa como en la escuela, o que bajen el rendimiento académico. O incluso que haya conductas regresivas en hitos evolutivos que ya habían conquistado previamente, como necesitar que le vistan, o hacerse pis en la cama. Debemos estar atentos a todos estos marcadores y, si necesitan ayuda, acudir a un especialista, pues el niño tendrá un espacio donde hablar o jugar sobre sus miedos abiertamente.
A pesar del laberinto emocional que se abre con la llegada de la enfermedad, es fundamental mantener el cumplimiento de las normas y no ser laxos a partir de ese momento. Además de por las repercusiones a medio y largo plazo que esto tiene para su desarrollo emocional, porque es adecuado que sigan viendo cómo se mantienen las rutinas en la unidad familiar.
Os podéis apoyar, para que ellos se apoyen, en familiares que sean para ellos figuras de referencia estables que también puedan responder a las posibles dudas que les vayan surgiendo en su día a día.
No nos olvidemos que si para nosotros ya resulta incómoda la incertidumbre, para ellos, saber que su padre o su madre están pasando por una enfermedad es igual o más angustioso que para los adultos.
Si se confirma que va a ocurrir un triste desenlace, debemos igualmente transmitir esta noticia a nuestros hijos, para que sientan, una vez más, que no les hemos dejado de lado y forman parte de ese equipo que habéis construido hasta ahora.
Para todo ello podemos servirnos de películas o cuentos que hablen de ello, como Mamá se va a la guerra, de Irene Aparici Martin.
Es una situación por la que nadie quiere pasar, pero también será una oportunidad para encontrarnos con nuestro hijo o hija y aprender del proceso que se inicia.
Rosana Gallegos Pascual, Psicóloga infantil y juvenil