En los últimos días estamos viendo imágenes muy duras que nos llegan desde Ceuta y Marruecos. A veces incluso, ya anestesiados de lo que vemos, solo entendemos la crisis desde un prisma económico, político y social. Pero, y ¿desde la salud mental? ¿Qué supone para un inmigrante alejarse de sus raíces?
Todas las acepciones que vienen en la RAE para el término desarraigo, nos permiten entender la sacudida emocional que supone para estas personas. La primera de ellas habla de arrancar de raíz una planta. No nos cuesta imaginarnos cómo nos sentiríamos si nos arrancasen de nuestras raíces. La siguiente habla de extirpar enteramente una pasión o una costumbre. Desarraigar supone, como dice la definición, separar a alguien del lugar o medio donde se ha criado o cortar los vínculos afectivos que tiene con ellos.
Aunque todas las migraciones tienen rasgos que comparten, las circunstancias que provocan estos movimientos condicionan la gravedad de los efectos psíquicos que tienen para las personas.
En ocasiones el desarraigo se produce por cuestiones económicas. Las personas se ven obligadas a cambiar de entorno con el objetivo de encontrar un trabajo con el que vivir dignamente. En estos casos el sentimiento de fracaso invade a esa persona, llegando incluso a provocar síntomas ansiosos, depresión o incapacidad para desenvolverse de forma adecuada en ese nuevo contexto.
Otras veces ocurre por motivos sociales o políticos. A lo anterior habría que añadir, además, el desapego con los seres queridos, la pérdida de identidad en muchos casos o el miedo a lo desconocido: nuevo idioma, una cultura diferente, otras costumbres y leyes y sobre todo el miedo al futuro. Estas sensaciones van provocando un estrés cada vez mayor junto con sentimientos de soledad e incomprensión por parte del nuevo entorno; lo que puede acrecentar el aislamiento en ese nuevo destino.
La migración supone una adaptación constante y por tanto un nivel de estrés intenso que se mantiene en el tiempo. En casos extremos se habla de síndrome del emigrante o más conocido como Síndrome de Ulises; inspirado en la mitología griega y cuyo personaje sufrió numerosas adversidades lejos de sus seres queridos.
Cuando hablamos de duelo, la mayoría de las personas lo asocia al fallecimiento de un ser querido, pero la pérdida funcional que supone el cambio de hogar, el decir adiós, también corresponde a un proceso de duelo que debemos entender y atender como tal. Joseba Achotegui, psiquiatra y profesor de la Universidad de Barcelona, considera estos siete tipos de duelo por los que atraviesa un emigrante: duelo por la familia y los amigos, el duelo por la lengua materna, el duelo por la cultura (tradiciones, costumbres), el duelo por la tierra (con sus paisajes), el duelo por el estatus, el duelo por el contacto con el grupo étnico y el duelo por los riesgos físicos. Si este duelo se lleva a cabo en condiciones saludables, hablaríamos de un duelo adecuado, pero si no se procesa de forma correcta, nos encontramos con un alto nivel de estrés e incluso problemas mentales. Por tanto se considera la migración como un factor de riesgo en si para llegar a padecer desajustes psíquicos graves.
Como en otros acontecimientos vitales, la forma de reajustarse y readaptarse del individuo va a hacer que este proceso migratorio genere más o menos dificultades. Sin embargo, no solo debemos atender a los obstáculos sino también a las nuevas oportunidades que estos movimientos ofrecen, como mejorar la calidad de vida o incluso echar raíces en el lugar de destino.
En las últimas décadas la forma de migrar ha cambiado mucho. Desde los barcos llenos de europeos que iban hacia EEUU, a las pateras o camiones llenos de vida de los últimos años. Afortunadamente, el acceso a la tecnología ha facilitado que la distancia emocional a su lugar de origen sea más corta, pudiendo mantener contacto a diario con sus seres queridos y haciendo más llevadera la distancia geográfica, pero el desgaste psíquico que genera debemos tenerlo en cuenta como un elemento más en la forma de gestionar estas cuestiones.
«…y Ulises pasábase los días sentado en las rocas, a la orilla del mar,
consumiéndose a fuerza de llanto, suspiros y penas, fijando sus ojos en el mar
estéril, llorando incansablemente…” (Odisea, Canto V, 150).
Rosana Gallegos Pascual. Psicóloga infantil y juvenil.