Si en muchos casos los padres llaman con miedo e incertidumbre, nos podemos hacer una idea de lo que puede suponer acudir al psicólogo para los niños, sobre todo si desde casa se intenta ocultar el trabajo que se lleva a cabo por la vergüenza que supone que familiares o amigos se enteren. Esto mismo ya condiciona la relación que establecemos con los padres y el propio paciente.
La relación terapéutica resulta clave en el proceso de cambio del paciente, independientemente de la orientación de cada profesional. Hay estudios que consideran que lo que recuerdan los pacientes al terminar la terapia son dos aspectos fundamentalmente. Por un lado, la interpretación que hicieron de sus problemas tras acudir a consulta y los momentos de conexión con el propio terapeuta. Este impacto en la relación podemos entenderla mejor si pensamos que para muchos pacientes esa terapia puede ser la última tras varios intentos por solucionar determinados aspectos y sobre todo después de un largo sufrimiento.
Debemos tener en cuenta el momento evolutivo en el que se encuentra el niño ya que en el caso de los más pequeños apenas habrá conciencia del problema que le ha llevado hasta nosotros.
Estaremos creando una buena relación terapéutica si, además de lo comentado anteriormente, mostramos un interés genuino por lo que nos está contando (no olvidemos que antes son las personas que los problemas y por lo tanto le aceptaremos incondicionalmente como persona, no así a las conductas que están interfiriendo en su correcto desarrollo). Además, nos implicamos y comprometemos en esa relación para ayudar a pensar y sentir de otros modos. Para ello debemos ser empáticos (capacidad para ponernos en el lugar del otro). Pero no bastaría sólo con esto, ya que es fundamental acceder a su subjetividad, a ver la dificultad desde los recursos de ese niño, no desde la experiencia vital del adulto.
La alianza terapéutica también se va construyendo a través del diálogo, que en muchos casos está lleno de humor y respeto. La seguridad en uno mismo es otra de las características del terapeuta, que debe conocer sus fortalezas y debilidades. De este modo, podrá autorregularse mejor a lo largo del proceso terapéutico. Esta autorregulación le sirve al analista para tomar conciencia de lo que le está provocando a él a nivel personal la terapia con ese paciente y de ese modo evitar que perjudique a la misma o incluso usarla como parte del proceso.
Es decir, tener en cuenta y ser conscientes de nosotros mismos, del paciente con el que estamos trabajando y los objetivos propuestos. No podemos caer en el error de usar la terapia para nuestros conflictos o dificultades personales.
La relación con el paciente pone en riesgo también nuestro narcisismo patológico. Aprendemos con él y por ello debemos reflexionar en cada momento del proceso y después del mismo por qué funcionó o fracasó cada una de las propuestas que construimos en cada caso.
Alejandro Ávila Espada señala la función terapéutica como función materna, desde el sostenimiento, y que se complementa con la paterna, que acompaña pero limita.
No debemos olvidar que la relación no es un fin en sí misma, sino un medio para alcanzar los objetivos terapéuticos establecidos.
Conozca todas las teorías, domine todas las técnicas, pero al tocar un alma humana sea apenas otra alma humana. Carl G. Jung
Rosana Gallegos Pascual. Psicóloga Infantil y Juvenil, DcienciaSalud