“¡Cuándo encontraré a mi media naranja!” “¿Dónde estará escondida?” “Es él, es mi media naranja”. Estas y otras frases se escuchan a diario en la calle, entre amigos y compañeros de trabajo. Pero no sólo en estos pequeños círculos aparecen teñidas de emociones tales como melancolía, tristeza o felicidad. Películas, series, entrevistas, libros…en cada uno de estos medios se ha buscado con incesante energía la persona que nos complete, la que nos haga sentir vivos y tranquilos a la vez, aquella que nos hace reír cuando queremos llorar y que nos desenfada con un solo gesto.
A esto se le ha logrado llamar media naranja.
Ahora bien, en la consulta he visto medias naranjas agarradas a otras medias por el miedo a no ser nadie, a quedarse simplemente en medio individuo, medio ente. Mis pacientes no me habrán escuchado nunca usar tal expresión pues si bien va ligada a conceptos hermosos como el amor y la complicidad, también esconde una dependencia que puede llegar a resultar dañina.
Aclaremos bien esta idea porque pareciera que estoy realizando un artículo en contra de la búsqueda del amor. No, en absoluto. El amor es un concepto con muchas aristas, algunas redondeadas y delicadas, otras cortantes y puntiagudas. Esa búsqueda incesante de todo ser humano, ese motor que nos mueve hacia un encuentro de nuestra otra mitad, ha de entenderse desde la perspectiva de la individualidad.
Me explico. La verdadera búsqueda ha de llevarse a cabo desde una buena salud mental, esto es, desde la sensación de una realización personal individual. Cada persona es un ente completo, con sus características positivas y menos positivas. Sus enfados, motivaciones, sentimientos y pensamientos. Sólo desde la tranquilidad de saberse uno mismo completo, se puede elegir la pareja con la que compartir –que no someter- su vida. En la elección de posibilidades está la esencia de la felicidad. Es la libertad la que otorga al individuo la capacidad de ser autónomo en sus propias decisiones.
Elegir porque quiero, no porque lo necesito.
De ahí mi negativa rotunda a hablar de medias partes, de medias naranjas o de medias lunas. Si se me permite y siguiendo la metáfora de las frutas, me gustaría compararlo con dos cerezas. Comparten espacio común, van juntas, están unidas por un rabito que se hace más grueso en la unión, se complementan perfectamente. Sin embargo, cada cereza es una fruta diferente, una entidad en sí misma, con sus características que la hacen ser completa. Si separas dos cerezas quedan huérfanas de compañera, pero aún así siguen siendo una cereza.
Aplicado a las situaciones conflictivas que he podido comprobar en terapia, la mayoría de parejas o exparejas las exponen como medias naranjas, como una necesidad acuciante ante la que no pueden resistirse. Porque si se quedan solas, ¿qué persona es sólo la mitad de algo? Y he ahí la clave del artículo. ¿Es posible tras una ruptura seguir siendo algo completo, digamos por ejemplo como una cereza? O sin embargo ¿nos quedamos en la mitad, sin tener una entidad única, un yo propio completo?. La contestación espero que sea clara, porque cada persona es alguien total, alguien que debe y puede salir hacia adelante.
Por último, pero no por ello menos importante, a veces las mitades de naranja están podridas por un golpe o por las condiciones que rodean a la fruta. Si dejamos que esa enfermedad avance, termina estropeando toda la naranja. Aguantar una relación por el miedo a quedarse solo es tan perjudicial como no cortar la parte golpeada de cualquier fruta. Sin embargo, con las cerezas no ocurre lo mismo. Pueden separarse, estar solas en su complejidad, y si bien no son capaces de volver a unirse, puede que ésa sea la diferencia sustancial con el ser humano.
Se puede volver a empezar desde la salud mental y la individualidad, no desde el miedo a la soledad.
Rubén Mosquera Toribio, Psicólogo de DcienciaSalud
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