Trabajar con niños y adolescentes nos permite conocer muchos de sus intereses y entre ellos, por supuesto, están los videojuegos. Desde hace pocos años escuchamos a todas horas uno en particular: el Fortnite. Se trata de un juego de zombis en el que los jugadores de manera online (supervivientes) luchan contra ellos. El éxito se debe a la sencillez, dinamismo y a que permite jugar a varias personas juntas en la misma partida aunque no se encuentren en la misma plataforma (consola, ordenador, móvil).
¿Estamos ante nuevas formas de relación entre adolescentes?, ¿hacen un uso o abuso?, ¿controlamos el tiempo que dedican nuestros hijos a los videojuegos? Seguramente entre los padres que lean esta entrada habrá detractores de este tipo de entretenimiento, defensores e incluso aquellos que juegan con sus hijos. Pero todos ellos tienen algo en común: el bienestar de los suyos. Por eso, ¿nos estamos haciendo las preguntas adecuadas? Puede ser un debate interesante, sobre todo ahora que estamos al inicio del curso escolar, donde la organización es un elemento fundamental.
Ante este nuevo auge de los juegos online, surgen también recompensas intrínsecas, como las asociadas al juego en particular, en forma de premios, monedas, eliminar enemigos, etc. y recompensas extrínsecas, tan potentes como el halago por parte de compañeros de clase o amigos. Otra de las particularidades del juego online, como el Fortnite, es que no hay un final, aspecto muy potente para seguir jugando.
¿Está nuestro hijo preparado para este tipo de juegos? Jugar en sí mismo no tiene por qué ser negativo para un adecuado desarrollo, quizá habría que pensar si este entretenimiento le está apartando de su vida o simplemente la complementa. Es decir, cómo funciona nuestro hijo en el resto de áreas de su vida, como la social, familiar o académica.
Hay quienes sólo ven efectos negativos en los videojuegos, como aislamiento social, rendimiento académico empobrecido, agresividad e incluso conductas antisociales provocadas por el contenido de determinados juegos. Quizá lo importante sea atender a ciertos elementos, como por ejemplo si jugar está haciendo que nuestro hijo piense en el juego varias horas al día, incluso sin estar jugando, las reacciones desproporcionadas si debe parar de jugar o en el caso de los adolescentes, ausencias escolares para seguir jugando. Son hechos que nos deben poner en alerta.
Por otro lado, entre los que defienden su uso hablan de que pueden mejorar las habilidades sociales, ser terapéutico para determinadas dolencias e incluso ayudar a mejorar el rendimiento académico, ya que exigen planificar, organizar y coordinar los movimientos de forma continua para no perder o morir.
Es importante atender a los contenidos a los que acceden nuestros hijos y, si no estamos de acuerdo, generar un debate con ellos sobre esto poniendo ciertas normas, fomentando un juego responsable, intentando evitar un juego solitario y asegurándonos de que existen más actividades de ocio que los videojuegos. Nos encontramos en consulta a niños que juegan a menudo con videojuegos y se muestran demasiado movidos, excitados, agresivos… esto puede ocurrir por no atender tampoco a las recomendaciones de edad del propio videojuego.
Un uso adecuado puede repercutir positivamente en la autoestima de nuestros hijos y en algunos casos resultan ser educativos. Creo que lo importante es hacer un uso correcto, conocer a qué juegan nuestros hijos y fomentar, de forma complementaria, otras formas de diversión.
Rosana Gallegos Pascual.
Psicóloga infantil y juvenil.